El sábado 20 de octubre, bien de mañanita, nos dispusimos a tomar nuestro primer contacto con la Casbah de Alger, un lugar del que estamos completamente intrigados por conocer y al que volveremos y os iré contando detalladamente porque es un barrio que tiene tanto que contar como historia encierra entre sus callejuelas. De momento sirva este avance, fundamentalmente gráfico, ya que hay tanto escrito sobre ella que sería tedioso y, sobre todo, pretencioso el que yo me pusiese a hablaros a estas alturas tan tempranas de lo que ha significado la Casbah, de lo que actualmente representa y de los esfuerzos que se están llevando a cabo para su preservación como joya incomparable por su valor histórico y etnológico.
La Casbah es el barrio más antiguo de la ciudad, fundado sobre la fenicia Ikosim y la romana Icosium, de configuración típicamente musulmana, de tradición fundamentalmente árabe y donde han ido dejando su impronta los diferentes pueblos que han ido sucesivamente dominando a los ciudadanos de esta ciudad, desde los turcos a los franceses, pasando por los propios españoles.
Pero como os he dicho, esta entrada se va a limitar a hacer un repaso a las imágenes que he conseguido robar en un primer acercamiento, de mano de J.A.D., gran conocedor de la misma, así como de la ciudad en su conjunto, principal responsable de que yo hoy escriba estas líneas, por su ejemplo y sus esfuerzos por hacernos llegar impresiones de su vida en Argel recogidos en algún lugar de la jungla de silicio, del cual he tomado buena copia y al que quiero agradecer tanto aquellos esfuerzos que más de un dolor de cabeza le supusieron como, más concretamente, el día con el que nos hizo disfrutar, las historias que nos contó y del buen guía que en este día que hoy os narro hizo para presentarnos la Casbah de Alger.
Estas primeras imágenes de interiores corresponden a un portal cualquiera de la Rue Larbi Ben M'hidi, centro neurálgico del Alger francés del XIX y que dan buena muestra de lo que debió ser esta ciudad en aquellos días.
Esta edificación de mediados del XIX, La Mezquita de Ketchaoua, durante unos años Catedral de San Felipe, nos la encontramos de camino a nuesto destino, a la altura de la Plaza de los Mártires.
Edificación en estilo neobizantino, se encuentra en tal estado que no pudimos visitarla, víctima de los múltiples seísmos que tienen lugar en la zona, aunque se encuentra en fase de restauración.
Esperemos llegar a ver sus interiores antes de abandonar esta ciudad.
A continuación, nuestra segunda parada fue en el Palacio personal de un Pachá de la época otomana del cual estoy buscando información más detallada por lo difícil que me está resultando encontrar datos más concretos de todo lo que vimos esta mañana.
Sirvan etas fotos tanto de los espacios abiertos como de las estancias del interior, para que os hagáis idea, tanto del grado magnífico de conservación del Palacio como de la opulencia de las estancias para tratarse de un edificio de mediados del siglo XVIII.
Aquí podéis ver las cocinas del recinto, con sus fogones aún operativos y la luminosidad de la que gozaban en una época, os quiero trasladar la idea, en la que la luz eléctrica, así como el agua corriente, eran un mero sueño de verano en las mentes europeas.
El recorrido tuvo lugar por todas las estancias del Palacio, donde la organización era, en planta baja, de recepción pública y asuntos administrativos de la ciudad ya que el Pachá tenía en este palacio, además de su residencia particular, su -por así decirlo- oficina para gestionar los asuntos públicos de la ciudad pues él era el máximo responsable de la misma ante las autoridades turcas de la época.
En la segunda planta se encontraban las estancias privadas del dueño de la residencia, con los pasillos de distribución como el que podéis ver en la foto, tan distintos de los pasillos de vuestros pisos europeos, donde la aparición de un rayo de luz es una entelequia.
Observad cómo resolvían espacios ahora concebidos como oscuros mediante aperturas discretas, carentes de vistas directas y con una dignidad que ya quisieran muchas salas de estar actuales.
En cuanto a los espacios de aseo y de descanso, en esta época y sociedad concebidos en paralelo, aquí podéis tener una idea del hammam, muchos podrán decir que el equivalente a nuestros actuales cuartos de baño, pero yo me negaré a reconocer tal comparación.
Un hammam significa mucho más.
Significa reunión, punto de encuentro, conversación, depuración, limpieza y, sobre todo, placer.
Cuando vengáis a visitarnos podremos disfrutar juntos -separados por sexos, eso sí, esa concepción del hammam se reserva a los privados, no seáis libidinos@s- de las bondades de la depuración corporal mediante baños de vapor de la duración que vuestra arrugada piel os permita.
Aquí nos podéis ver completamente extasiados ante el espectáculo de disfrutar de un espacio así en total y completa ausencia de turistas -una vez más doy gracias a ello por poder vivir en una ciudad como un viajero y no entre turistas- salvo contadas apariciones de estudiantes o visitantes locales que daban escala al conjunto.
En estas dos imágenes se puede ver el patio interior del recinto, con su fuente central que dota de musicalidad a todos los rincones del palacio así como se pueden percibir los distintos niveles del mismo: primer nivel público, segundo privado y los superiores reservados a las mujeres y a las concubinas.
En esta imagen os quiero mostrar un simple detalle de las cerraduras de las puertas nobles del palacio, motivo que se ha recuperado para diseñar el logotipo de la institución que gestiona tanto el mantenimiento como la gestión del mismo.
Y un detalle más de la calidad con la que trabajaba esta gente unido a la discreción de sus construcciones como podéis comprobar en la puerta de servicio del palacio, por donde accedían los trabajadores al cuidado del Pachá, adyacente a la puerta principal, pero con una nobleza digna del conjunto.
Por último, ahí debajo, una instantánea del rincón de la Casbah donde se aloja el Palacio del Pachá, con la puerta de servicio totalmente integrada en la discreción más absoluta de la fachada, tan distante de nuestro Barroco, coetáneo de esta edificación.
A continuación quiero mostraros una serie de imágenes robadas a todo correr de los rincones de la Casbah, con nuestro cicerone particular que tantos detalles y datos nos proporcionó sobre la misma.
Debajo, una de las muchas fuentes que pueblan la Casbah para surtir a sus habitantes de tan básico y fundamental elemento.
¡Vaya joyitas...!
Y los gatos.
¿Cuántos gatos hay en Alger?
¿Alguien se ha planteado alguna vez echar un cálculo?
¿Hay algún lugar del mundo donde acercarte a un gato callejero al que ves -y te ve- por primera vez?
Probablemente esto sea el dato más importante a recabar sobre los habitantes de esta ciudad porque, desde mi punto de vista, es el aspecto definitivo que define cómo es el argelino que vive entre estas calles.
Ésto dice más de los ciudadanos que de los animales...
Por último, os quiero hacer un apunte breve sobre el sitio más tranquilo y relajado -probablemente el único de este tipo del que he podido disfrutar en esta ciudad- que he encontrado en Alger.
Se trata de un mausoleo donde descansan los restos de un antiguo preceptor árabe que prestaba sus enseñanzas allá por el siglo XII y al que se accede por la puerta que podéis ver ahí arriba.
Del interior del mismo, evidentemente, no tengo fotos aunque todo es cuestión de tiempo.
La estancia, de un abigarramiento sobrecogedor, repleta de ofrendas, lámparas, coranes, y otros motivos completamente ajenos a mi conocimiento, lo preside un féretro rematado en cúspide de unos cinco metros de largo por dos de anchura y está cubierto por mantos y hábitos de color verde con inscripciones en árabe.
La sala, circular, de unos diez metros de diámetro, separada en dos zonas por el féretro, se divide en zona de hombres y mujeres y la iluminación, cenital, le da al conjunto un aura sagrada que hace que tus palabras no se atrevan a salir por tu boca.
Ya os llevaré, ¡galopines!
En cuanto a los alrededores, hay una sucesión de terrazas donde se alternan espacios de esparcimiento con fuentes y gatos -muchos gatos-, tumbas y espacios de ofrenda.
En este cementerio se dan varias curiosidades.
La primera, que se puede ver en esta foto, es que se trata del único lugar de la ciudad donde todavía queda una tumba turca, de un varón, por lo que nos explicaron, y que se puede saber por la configuración de la misma.
Es esa que podéis ver en la imagen panorámica, de las cinco en primer plano, la segunda por la izquierda, coronada por una bola de piedra que representa la cabeza del difunto, con su turbante y esas cosas.
La misma data de mediados del XVIII, así que os podéis hacer idea del valor etnográfico de la visita, a lo que se añade la singularidad de la misma, como he referido anteriormente.
Y aquí al lado, la segunda curiosidad.
En esta foto, junto al edículo turquesa que se ve bajo el porticado, a la izquierda del mismo según miramos, está la única tumba judía de todo el Mausoleo, algo muy extraño ya de por sí en un cementerio musulmán.
¡Toma ya choque de religiones!
En un palmo de terreno tenemos una otomana y otra hebrea, en una mar de lápidas musulmanas, completamente escondidas de miradas curiosas y del visitante profano.
Todos estos datos nos los proveyó el cuidador del conjunto, un religioso musulmán que tiene como labor principal el conservar el Mausoleo del paso del tiempo y de la continua afluencia de fieles.
Aquí podéis ver más imágenes de los espacios de comunicación del conjunto, son nuestras caras radiantes de felicidad pero ya nuestros cuerpos ligeramente afectados por la caminata de tres horas por cuestas pronunciadas y esperando dar cumplida cuenta de las viandas de la zona.
Otro de los deliciosos rincones que salpican el conjunto del Mausoleo y donde la tranquilidad es tan grande que no parece uno reparar que está en una ciudad tan ruidosa como la que nos ocupa.
Sirvan estos dos últimos ejemplos de arquitectura vernácula para tratar de transmitir el espíritu de la Casbah y para despedir este relato de nuestro primer contacto con uno de los rincones más valiosos de esta ciudad de mil caras y cien espíritus.
Esta última foto es una estampa crecientemente frecuente a lo largo de esta última semana ya que los argelinos preparan el Aïd El Adha, la Fiesta del Cordero, la mayor festividad del calendario musulmán y la presencia de corderos por toda la ciudad le lleva dando un ambiente bucólico al ambiente el cual no os puedo describir con palabras.
Sería vuestra pituitaria quien debería juzgar por mí: toda la ciudad huele a cordero.